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martes, 17 de junio de 2014

El síndrome del Darling

Lo que debo tener adentro es “el síndrome del Darling”.
“A mi me gustaría compartirte todo”,
les decía yo, con cara de buenaza.
Pero el mundo es no-concluso
no identitario
incomprensible.

Cada vez que mi amiga pide un deseo,
una abeja distribuye polen
y los huesos de mi viejo
desaparecen por la tierra.

Todo eso pasa al mismo tiempo
sin darnos espacio para elegir que mirar
o tiempo para mirar más detalladamente
ninguno de esos procesos.

Lo que debo tener adentro es el monstruo del Darling
que me pide a gritos ser polen y abeja
que no me deja quedarme quieta para pensar
en cuan tóxico es el aire que trago
cuando cruzo de la verdulería a casa
y a la inversa
en una operación casi infinita que he repetido en los últimos años.

Yo debo tener algo adentro
que de vez en cuando me conduce al “estado del Darling”
que me pone a mirar fija la abeja que he querido ser
que me hace dar pena el cansancio de la abeja
y el polen desperdiciado en ese tránsito repetitivo
a lo largo de su historia natural.

Me dan pena las abejas,
y el polen
y el aire que sin darme cuenta trago.
Eso sí me da pena, me congoja y no tanto los huesos de mi viejo,
que se pierden como el polen en la tierra.

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