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domingo, 9 de noviembre de 2014

¿Y si cerrás los ojos?, ¿y si los cerrás?, cerralos por favor. Apuntes desordenados sobre una educación desde los afectos /parte 1




La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad.

Tesis III de Marx sobre Feuerbach.



" Pienso en los jóvenes, y pienso en que no se tienen que dejar dormir, apabullar. Hoy siento mucha frivolidad, estupidez. A cambio, pienso que deberíamos vivir más plenamente en los afectos, en el conocimiento, buscar ahí la fortaleza y la vitalidad. No corresponde esa anestesia que parece generalizada en la sociedad. Por eso es fundamental encontrar un paradigma propio, un sentido a la vida. "

Maria Paulinelli, en entrevista en Gala Visuales http://galavisuales.com/maria-paullinelli-la-educacion-puede-cambiar-el-mundo/




La realidad irrumpe contra mi y mi conciencia. Soy un sujeto no transcendental que se mueve por el parque Las Heras, tengo una idea, pero la realidad me la arrebata y me deja perpleja. Entro al campo con algún motivo con alguna forma previa de decir, pero no me sale. Soy un sujeto de enunciación a punto de mutar. El corazón tiene un protagonismo también, la idea se desvanece. En un esfuerzo pierdo a mis compañeros, me empiezo a perder en la cantidad de gente, saco la cámara la prendo, la apago. Me desvanezco entre el ruido de los tambores, me disipo, me rebusco, no entiendo.


En eso me devuelve a la realidad unas caras conocidas, me escapo de nuevo, me desperdicio. En el fondo siento un sonido que dice “profe” aparecen dos de mis alumnas del colegio y se rien y me dicen que bueno verla acá. Ahí entiendo todo y les sonrío. Les cuento que estoy trabajando y se rien. De pronto su presencia modifica mi idea, amplia mi horizonte y modifica mi noción de esperanza. Me cambia. Me educa. Están contentas. Hablamos de las cosas que no están permitidas en diversos establecimientos y de cierto tipo de represión. De todos modos se reelabora una complicidad. Siempre lo supimos.
Voy al campo con una intención, una determinación y un horizonte, pero en el medio de ello me pierdo.
Me refugio en una esquina, dejo de lado el revuelto en el que se agita la diversidad. Modifico cuestiones de la luz de la cámara y entro de nuevo al “campo”. Me pregunto por lo que he leído e intento recordar algo. Me gana el cansancio de horas sin dormir, de demasiada teoría junta, de los arrebatos de mi mente y mi corazón y camino entre la gente. Me gusta haber ido sola, experimento la libertad de caminar por dónde quiera caminar. En el medio de la gente visualizo algún tipo de felicidad o de alegría, pienso en Spinoza y me rio, ha sido un buen amigo Baruch el último tiempo. Tengo calor, mucho calor y miedo. El miedo es una sensación, de nuevo late fuertísimo mi corazón. Cierta parte de mi hubiera querido quedarse en la cama a pensar un poco pero fui igual al campo a encontrarme con la gente a “sujetear en la interacción”.
De repente ya mi atención no se vuelca tanto en lo que centralmente está pasado sino en los que no están participando en la marcha y eventualmente se ven asfixiados por la conmoción que produce la gente de los mismos sexos besándose desesperadamente en la calle, caminando de la mano y diciendo cosas. Sobre todo diciendo un par de cosas. Centro mi atención en los “otros” en los que en ese momento son los otros y en sus miradas, algunas de admiración, algunas de indignación, algunas de duda, algunos, otros, directamente bajaban las miradas.
Me interesaron de pronto los otros, y el tipo de violencia que imponía que calle estuviera habitada por seres con modos de vidas diferentes. Otra vez deviene la pregunta por la totalidad, y por las partes que son partes en tanto esa totalidad y la pregunta por la vida, y por su posibilidad y por la paz. Y por esa conexión a veces imposible entre todos estos sujetos trancendentales y pienso dónde, dónde está?
Delante de nosotros aparece la vida, la calle, los sonidos, la cerveza y el olor al humo que despedían algunos autos. Unos saludos, unos abrazos y la alegría de nuevo de cuerpos transpirados y llenos de seguridad, habitando su lugar, su momento del año en la Córdoba Capital. Camino por la calle preguntándome por la totalidad, y sus modos imposibles, por las frontera que imponen los cordones de las veredas y por las fachadas de unos y de otros. Una fachada completamente colectiva e impersonal. Mis fotos son un scauting panorámico de cierta afección, modo de afección, pero acá no hay individuos hay sujetos colectivos que saltan y quieren y desean y aman y desean, pero nosotros y los otros también.
Le digo a una amiga que los gays no aman también, y se me rie y me dice claro y seguimos marchando acompañando la proliferación de un deseo, la necesidad de otro modo de pensar la totalidad, la convivencia, el mundo de la paz. Pero la violencia nos arrebata en todo tiempo, la cantidad de gente afectados de alegría lo apacigua un poco. Tomamos un montón de jugo y nos hacemos pis, pero no hay baños en los lugares públicos, en la calle no hay lugar para la intimidad, pero ahora la intimidad había sido trasladada a las calles, no había lugar para hacer pis, pero si había un medio propicio para besarse y para amar. Eso resultaba mínimamente curioso también. Dónde radicaba entonces esa suerte de intimidad a ciertas necesidades biológicas de nuestros cuerpos. Cuales eran realmente las necesidades biológicas, amar? Una necesidad biológica, apasionarse otra.
Seguimos caminando hasta la Plaza de la Intendencia, ya el sol bajó y nos veíamos menos. Prendo el flash, en contraste hora mis fotos tiene más luz en la noche.

La noche se terminaba con el sonido de las bandas. En eso intento pensar en cual había sido la imagen o la metáfora más fuerte de la jornada. Entiendo que nada le había ganado al acontecimiento del encuentro con mis alumnas. Levanto la cámara saco una panorámica. Cuando veo la foto, las chicas estaban ahí. Lo reconocí por el mechón violeta de una de ella. Fue un color nuevo, intenso. En ese momento supe que la totalidad había triunfado en ese pequeño saludo arrebatado. Había puesto en funcionamiento otra máquina que tiene que ver con las pasiones y las formas que atraviesan nuestros cuerpos. La educación se había hecho carne, había sido otra. Había salido de las aulas. La revolución molecular se había hecho presente en el sol del parque las Heras y la transpiración de mi espalda por la mochila.

Ese hecho fue lo único que no entró en el scauting de las fotos. Eso fue lo único que entró en mi conciencia y modificó mi idea y entonces deje de ser el sujeto trascendental que era. Mi idea ahora es una idea más adecuada que antes, pero la modificación de mi idea no estuvo dada por un parámetro de la racionalidad. Estuvo dada por un par de palabras de dos chicas de 14 años, por un movimiento de mis moléculas, por un afecto.
Mi cuerpo cansado se levantó hoy domingo 09 del 11 de 2014 a escribir estas páginas, para no olvidarme de dónde nació esta nueva flor, esta nueva idea.